El
camino iba a ser complicado como poco, lo supo desde que decidió su destino. Al principio
pensó que carecía de importancia; creía, en la necedad de su juventud, que si
deseaba de verdad su causa no necesitaba prepararse para la dureza de los
múltiples obstáculos que acabarían ante él.
Se equivocaba, como era previsible.
Se perdió un par de veces, cayó y volvió a caer, fue perdiendo su fuerza y su
fe. ¿Su causa? Apenas la recordaba, pero aún recordaba menos por qué merecía la
pena, por qué caminaba.
Fue
cuando estaba a punto de renunciar cuando decidió hacer caso a las voces más
allá del camino, ocultas tras la espesura. Síguenos, decían, síguenos y el
camino será más corto, te guiaremos hasta tu objetivo, serás por fin
recompensado. Porque te han mentido, querido amigo, y el mejor camino no es el
del sendero marcado.
Las escuchó, con el rostro iluminado por aquella brizna de esperanza, y, por desgracia, decidió seguir su consejo. Nunca debió hacerlo: aquello acabó por llevarle aún más lejos, a donde yo le encontré, perdido, triste, prácticamente muerto.
Supongo
que tuvo suerte de encontrarme, cosa que pocos pueden decir. Lo que llevo en mis bolsillos no es precisamente suerte.
−No
es siempre mejor el camino más corto, compañero −le susurré cuando me contó su
historia.− Pero no temas, no es tarde para ti. Nunca lo es.
Así
fue como le conocí, fuera del camino marcado, y así fue como le salvé, siendo
su guía.
No todas las voces en la espesura somos traicioneras.
Algunas somos
hasta demasiado buenas, pero ese ya es nuestro problema.
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