Las locuras de un dragón disparatado y un gato de verde pelaje.

viernes, 20 de noviembre de 2015

¡He vuelto a casa!

Era un día lluvioso y muy ventoso cuando le conocí.

Como cada día me desperté semi temprano porque nunca me gustó eso de despertarme a las seis o siete de la mañana, nada se me había perdido a esas horas, el sueño siempre estaba en su mejor auge en ese intervalo de tiempo. No había por qué levantarse a esa hora. Eran las diez de la mañana, el fin de la mañana se acercaba, terminaba la franja del desayuno para dar pie a la del almuerzo. Había quedado con Jonás, el chico distraído de la oficina que siempre para concentrarse en sus asuntos simulaba tocar la batería. No lo hacía nada mal. Me arreglé, si por algún motivo podría denominarse en alguna realidad paralela que fuera así, como pude. De todas formas el tiempo había dado para todo el mes lluvias torrenciales y tormentas enormes; si iba a llover e iba a hacer tanto viento me pareció una pérdida de tiempo arreglarme más, tampoco es que fuera hecha una adefesio. Simplemente llevaba el típico moño de las marujas en fin de semana, y la primera ropa no muy arrugada y con un olor aceptable que encontré: un vestido verde de diferentes tonalidades. Sí, no me preguntéis por qué me pareció una brillante idea salir a la calle con vestido y viento, pero ahí estaba yo, luchando contra toda lógica. No es que sea una chica poco espabilada, es que no era uno de mis días… No, no es que tuviera la regla, es que estaba bastante empanada. Hay días que me levanto así, y otros que parezco Miss inteligencia, son pocos, la verdad. 

Salí de casa con la pequeña mochila y el paraguas. Y ciertamente estaba muy empanada y hacía mucho viento, porque nada más salir del portal el paraguas voló cual pértiga por los aires y no lo volví a ver. Solo espero que no le ensartase ningún ojo u otra parte a nadie. Cualquier ser normal o común, con dos dedos de frente y con sentido de la lógica, hubiera subido las escaleras, se hubiera despojado del vestido chorreante, se hubiera secado y metido de nuevo en la cama, pero estamos hablando de mí, y de que estoy en ese día de empanamiento severo. Así que seguí hacia delante con tesón mientras el vestido se me pegaba a mí como una segunda piel y qué decir de la ropa interior. Además el viento soplaba en mi contra, ¿acaso ello haría que abandonara mis ganas de seguir y volviera para casa con cierta sensatez? Pues no, seguí, me sentía pletórica yo. Nada en aquel día iba a dejar que no llegara a verme con Jonás, después de todo, estúpidos de nosotros no teníamos el teléfono del otro y me sabía mal dejarle plantado. Porque daba por sentado de que él aparecería. Teníamos que tratar un asunto para entregarlo el lunes siguiente. Pero no llegó. Era un chico listo, en ese aspecto. Preocupado por su seguridad, por su vida, por su salud y su integridad. Llegué al bar en el cual nos citamos horas después y le pregunté a las camareras si le vieron, me miraron como si estuviera loca -no les culpo- y me dijeron que no. Me ofrecieron que me quedara allí hasta que pasara el tormentón con centellas y demás que había, pero para qué, ya estaba mojada qué más daba un poco más. La pulmonía del siglo ya estaba cosechada. 

Una vez de nuevo en la calle desértica caminé de vuelta a casa, afortunadamente esta vez el viento no se anteponía ante mis planes de regresar a casa, sino que me empujaba ferozmente, como si estuviera ya harto de tratar conmigo -tampoco le culpo-. 

Estuve caminando congelada durante un buen rato más hasta que vislumbré en la lejanía a alguien por primera vez en la calle, me pareció tan extraño que no pude evitar preguntarme qué hacía él o ella allí también, si también era otro ingenuo despreocupado en busca de la peor neumonía de su vida, o un triste infeliz. Me acerqué y no pude parar de pensar en los primeros minutos que lo observé tan de cerca y detenidamente de que sin duda se trataba de las dos cosas. Era un hombre alegre, recuerdo que pensé -y todavía hoy lo mantengo- que debió de haberse fumado o esnifado algo en altas cantidades y de mal estado y mezclando. Era un hombre de barba muy profusa, en cuanto a longitud y cantidad. Era bajito, vestía ropa hawaiiana y daba saltitos con un paraguas cerrado en la mano, ¡con la que estaba cayendo! En fin, quién soy yo para juzgar, que estaba muy empapada mirando cómo aquel hombre daba brinquitos como un cabritillo. 
ㅡ¿Se encuentra bien? 
ㅡEstoy fuera de casa, yipiiii.ㅡDesde luego a aquel hombre le faltaban tres mareas. Yo no debí de andar muy lejos en mi pérdida de mareas, si es que alguna vez las he tenido. 
 ㅡPerdone, ¿está bien? Paró de dar saltos, me miró fijamente se llevó el dedo índice a los labios como callándome cuando ya estaba callada y abrió el paraguas y se metió. 
ㅡ¡He vuelto a casa! 
ㅡ¿Perdone? 
ㅡQué raro, desde la ventana de mi salón estoy viendo cómo una mujer se está empapando en la calle. Pobrecita. 
ㅡEscuche… 
ㅡ¿A quién le habla? Es una pobre loca, la dama de la locura aguada. Si te toca te convertirás en sus lágrimas. Suerte que estoy en casa. ¿Y si le da por llamar a mi casa? Le diré que no estoy. Sí, eso servirá. 

Tenía curiosidad por el trastorno que tenía aquel hombre, así que le seguí el juego y golpeé el paraguas con los nudillos levemente. 
ㅡ¿Hay alguien? 
ㅡNo. 
ㅡ¿Y quién me responde? 
ㅡNadieㅡ Soltó unas risitas dignas de cuando se es niño y se comete una trastada que realmente no es ni trastada. Suspiré, me pareció suficiente por hoy. Y volví a ponerme en camino. No duré mucho pues aquel hombre me siguió dando saltitos con el paraguas cerrado. Cada vez que lo miraba fijamente abría el paraguas y volvía a decir:ㅡ¡He vuelto a casa!  

SOMOS LO QUE COMEMOS

Leche de soja, no porque tengas algo en contra de la alimentación de origen animal, sino solamente porque la lactosa te mata por dentro.
Verdura fresca, más bien poca, pero la suficiente. Ningún capricho: ni yogures, ni salchichas, ni una triste loncha de jamón de york. Andas corta de presupuesto de forma indefinida, lo típico de la vida de estudiante.
Una nota que dice “Compra huevos” que pusiste ahí hace dos días y que sabes que hoy también ignorarás.

Había abierto la puerta del frigorífico en busca de algo con lo que saciar esta sensación que no sé muy bien si es de hambre o de pura ansiedad, y me he quedado un rato mirándola, como si fuese a aportarme un conocimiento trascendental del universo.
Una frase ha venido con fuerza a mi mente.

“Somos lo que comemos”

En ese caso, debo de ser muchas cosas (insípida, por ejemplo) pero, por encima de todo, insuficiente. 


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martes, 17 de noviembre de 2015

La cadena invisible

Y cuando creyó haberse muerto para siempre pues ya había liquidado todas sus vidas anteriores, se halló aún respirando, sin dolores, sin magulladuras. Se hallaba calentándose acogido por una manta que era tan cálida como áspera, no obstante; lo segundo le traía sin cuidado. Era lo más cálido que jamás había tocado, más cálido que su cuerpo tras haberse zampado todas las sobras de un callejón entero. Pero, ¿dónde estaba? ¿Qué sueño extraño era aquel? ¿Qué le habían echado esta vez a las últimas sobras que se hubo comido para que horas más tarde le hubieran surtido efecto? Poco importaba, el calor que emanaba aquella manta le seducía a volver a caer en un profundo sueño, daba igual si ya estaba en uno, daba igual todo lo demás; lo único que podía hacer era seguir la danza onírica que le cubría todas sus preocupaciones. Ya luego lo averiguaría, ¿cuándo? Se durmió. 

Fuera, el cielo se aclaraba, se asomaba lentamente el Sol trayendo consigo el ruido matutino: las voces de los tenderos que cantaban desentonando sus mercancías. 

«Con el paso de las horas acabarán callándose y al callarse el precioso silencio volverá a gobernar mi salón, así mi prometedor y particular invitado, y quizás amigo, podrá descansar todo lo que necesite». Pensó para sí alguien, mas sus pensamientos se escucharon como palabras articuladas por toda la estancia.

El día dio pasó a la noche con la serenidad que le caracterizaba desde que no se celebraban ferias ni fiestas ya que tampoco había un motivo especial para hacerlo; y esto fue algo que muchos habitantes agradecieron, pues adoraban el silencio por encima de tanto innecesario sonido estridente.

El invitado inesperado se estiró sin abrir los ojos mientras emitía unos sonidos extraños. El señor de la casa le observaba reservadamente por miedo a que se asustara. No le importaba qué diantres fuera, pues estaba seguro de que nunca había visto a nadie con su apariencia, y en sus años de juventud había viajado por muchos sitios; a pesar de ello le gustaba en especial aquella aldea por la singularidad de sus cimientos y por lo abismales que eran sus bosques subterráneos, tenían una negrura bellísima que le recordaban a su existencia y de algún modo así se sentía uno con el medio. Pero por nada del angosto mundo, iba a destrozar aquel ecosistema conviviendo allí, así que investigando por los alrededores encontró aquella casa deshabitada, la cual ocupó sin ningún esfuerzo. De todos era sabido que los seres de su especie era mejor que vivieran en una casa, no eran seres de salir mucho fuera, así que no daban muchos sustos, y era siempre bueno tener a uno en una aldea, aunque fuera en una como aquella que no tenía muchas complicaciones.
Podía observar y escuchar cómo todas sus articulaciones resonaban después de tanto tiempo en la misma posición, cayó en la cuenta de pronto en que era un mal anfitrión pues no tenía a mano nada que él pudiera comer ya que estaba seguro de que no mantenían la misma dieta. Solo había que verle, él estaba hecho de algo distinto, cuando le rescató hará un par de días sintió un tejido suave y peludo, húmedo y oloroso; eran tan distintos... Sentía tanta fascinación por lo que se le pasara por la cabeza, seguro que se asustaría al verle, tal y como todos hacían por mucho que prometiesen no hacerlo. Las promesas ya no significaban nada para él, sabía que le dejaban estar en aquella casa por puro interés…

Por fin abrió sus ojos y vio cómo se agitaba en la manta dando vueltas de un lado a otro, se puso sobre cuatro de sus extremidades y comenzó a olisquear a su alrededor.
«¿Le gustará mi casa?». Pensó para sí, sonando nuevamente en toda la estancia sin recordar el efecto que producían sus pensamientos. Aquella criatura que le parecía tan misteriosa oyó aquellas palabras y buscó dando brinquitos inocentes pero precavidos por todas partes que hubo podido. Cuando hubo olvidado de dónde provenían las palabras se sentó y miró hacia donde el señor de la casa estaba, pero sin verle ni acertar a encontrarle. «¿Me estará mirando a mí? No, no lo creo, sino se habría ido ya hace tiempo. O hubiera pedido auxilio». En la primera sílaba aquella pequeña criatura se sobresaltó y comenzó otra vez a buscar, guiado por su instinto de la curiosidad y secundado por sus tripas. Soltó un gruñido extraño aunque no lo suficientemente extraño para que el señor de la casa no lo comprendiese. «Estoy y no estoy, mas no saldré; no quiero asustarte. Dime qué comes y yo mismo te lo traeré cueste lo que me cueste».

lunes, 16 de noviembre de 2015

MURIENDO

Voy a morir, y será pronto, lo sé. 
Me miro en el espejo frente a mí y me dan ganas de llorar, pero tampoco es como si alguna vez hubiese sido capaz de hacerlo. 
Demacrada, esa es la palabra que buscaba para describir cómo me veo. Pese a mi relativa juventud, parezco una anciana que padece una enfermedad terminal.

Pero no es una enfermedad lo que me está matando, sino ella. 

Al principio todo nos iba bien. Siempre se acordaba de mí, venía a cuidarme, se quedaba a mi lado aunque estuviese haciendo cualquier otra cosa. Incluso me ponía música. Aunque no toda fuese de mi agrado, lo echo de menos.
Luego sus visitas se han ido espaciando, como si su vida se hubiese complicado, como si ya no le importase tanto. En parte la entiendo: nunca he sido una gran conversadora, ni llamo la atención en ningún sentido. Pero entenderlo no hace que no me duela. 
Cielos, si ha llegado hasta el punto de pasar ante mí y ni tan siquiera mirarme, como si fuese invisible, ¿cómo no voy a sentirme triste?

He dejado de comer y he dejado de existir para la única persona a la que alguna vez le he importado.
Supongo que este es el final.

Qué triste es ser una planta cuando es una estudiante quien te cuida.


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domingo, 15 de noviembre de 2015

Avanzar

Algún día volveré a mi mundo de papel
donde los sueños nacen hoy
y la vida seguirá, algún día volveré.

Tizas blancas pintan mi pizarra gris
la verdad es que no miento cuando digo lo que siento,
siempre desde las gradas
me emociona el espectáculo,
y no veo el día en que mi obra salga al escenario.
Sé que el mundo no me espera,
sé que no soy nada y que sin embargo, valgo.
Lo que soy es lo que mantengo,
lo que arrastro sin miramientos...
¿Crees que no tengo miedo?
Sí, pero aquí estoy para vivir, ¿sabes?
Que sienta dolor por el camino es un riesgo,
prefiero morir caminando
que acallar en un silencio hipócrita...
en definitiva morir sin haber existido
arrepintiéndome por cosas que no hice.

viernes, 13 de noviembre de 2015

GRABANDO

- ¿Me quieres explicar cuál era el problema esta vez?

Se apartó la melena de la cara con un gesto de fastidio mientras miraba el rostro desaprobatorio del vocalista de la banda.

- No me vale. -fue todo cuanto este dijo, con sequedad.
- ¿Cómo que no?

Ya estaba fastidiándole de nuevo. A ver si se creía que sólo por tener una voz bonita y ser bastante más atractivo que él ya podía utilizar un argumento de autoridad o algo. 

- Es una gran canción, tío. Voy a tocarla otra vez, a ver si así lo captas mejor.
- ¡Tío, he dicho que no!-le llevó la mano a la guitarra antes de que tocase el primer acorde. 
- La idea es buena, joder.-bufó, con ganas crecientes de darle un puñetazo en esa bonita cara suya. 

Pero el otro ya estaba cogiendo las partituras. El guitarrista puso cara de espanto y gritó con dolor al ver y escuchar el papel rasgándose, roto en mil pedazos por su compañero.

- SOMOS UN GRUPO DE POWER METAL, JODER. Por última vez: NO-VOY-A-CANTAR-UNA-CANCIÓN-SOBRE-PIÑAS.
- ... Nazi.
Gilipollas.

Se estaba planteando golpearle con la guitarra eléctrica en la cabeza cuando se escuchó un traqueo sobre el cristal de la cabina que les hizo mirar hacia el exterior. 

- Todo esto es muy divertido, pero llevamos tres horas aquí así que... ¿me hacéis el favor de grabar algo de una puta vez?-preguntó su manager con hastío por encima del sonido de los otros tres integrantes de la banda riéndose a carcajada limpia en el sofá del estudio.

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jueves, 12 de noviembre de 2015

El vigía entre las sombras de la noche

Sobre el muro negruzco provisto de musgo ahí estaba su silueta la más quieta, la más silenciosa, la más peluda que observaba el trajín de la noche como cada vez que salía en busca de su primer bocado en horas.

Era una noche fría y seca, de esas que te hiela el cuerpo entero por dentro, pero su cuerpo tan lleno de pelo no dejaba que nada calase sus huesos. Tenía el gusto refinado por el pescado, por las sobras, por las ciruelas que le manchaban el hocico y le pringaban las patitas; le gustaba saltar por encima de los charcos tentando a su suerte a riesgo de caerse y mojarse. Detestaba mojarse porque luego su pelaje olía a moho y no a mugre.

Exhalaba y su pecho se hinchaba, se estiraba hasta perder el equilibrio y despeñarse por el muro cayendo a gran velocidad contra un tejado mientras lanzaba quejidos angustiosos que sólo él entendía, que pensó que nadie jamás oiría.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

BLAKE

PRÓLOGO

Los muertos no hablan, ya lo sé. Me da igual. Hablen o no, cuentan muchas cosas. Os lo digo yo, que me dedico a tomar las posesiones que ellos mismos, o quizá algún necio familiar, decidieron poner a pudrirse junto a su cadáver en una tumba marmórea entre otros tantos en igual condición. 
Nunca entenderé por qué quieren estar en compañía humana hasta muertos. Joder, ni que estar entre hombres pudiese considerarse algo bueno. En fin. Yo no acabaré así. Tengo claro que acabaré lanzándome al río, o al sitio que pille, completamente desnudo. Cuando me encuentren nadie reclamará mi cadáver, y no me importa lo que pase después. Me iré como vine. Con suerte me quemarán, con algo menos acabaré en una de esas cada vez menos frecuentes fosas comunes. Tampoco es que me vaya a quitar el sueño. 
Yo no pienso contar historias. Pero eso no quita que otros lo hagan.
De todas ellas, la mejor fue ésta, o al menos fue la que más influyó en mi vida. 
No era consciente de ello mientras acariciaba el objeto colgado al cuello de aquel esqueleto trajeado y anacrónico. Era bonito y extraño, con un mecanismo de engranajes cobrizos y verdosos, que quizá en otro tiempo fueron dorados. Parecía tener un par de botones en un lateral, diminutos y seguramente decorativos. Los presioné, distraído, y entonces empecé a preocuparme: el mecanismo se puso en funcionamiento, y de la parte frontal comenzó a surgir un fulgor azulado. 
En menos de un minuto aparecieron en el aire las sombras de las patrullas nocturnas. 
Arranqué con un seco tirón la cadena que sostenía el objeto a su antiguo propietario para acto seguido ocultarme entre las tumbas que tan bien conozco.


Así comenzó mi huida, y muy pronto comenzaría la revolución en la que ahora sobrevivo. 
Tendría que haber dejado aquel muerto donde estaba.

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martes, 10 de noviembre de 2015

Es inevitable

Es inevitable no seguir hacia delante, cada día se aprende algo nuevo. Es difícil no sentir el día a día, por mucho que te aísles, al final todo te llega, y es mejor estar prevenido. Es imposible que no se sepan las cosas, toda la verdad siempre acaba saliendo a flote como la mierda en el mar queda al descubierto...

miércoles, 4 de noviembre de 2015

SONRÍE

Sonríe,
porque no hay nada más bonito que tu sonrisa, 
porque la echo de menos, 
porque no te mereces no disfrutarla. 

Sonríe por ti, 
pero también por los que te quieren.
Créeme si te digo
que están deseando verte 
mostrar los dientes 
en algo que no sea odio,
en algo que no sea rabia.

La vida no te ha tratado bien, 
eso también lo sé, 
pero no por ello debes odiarla. 
Ella es así,
a todos nos maltrata,
pero aún puedes ser feliz.

Si sonríes no habrá sido todo en vano, 
porque conseguirás lo más importante; 
que no se apague la llama de tu mano, 
la que ilumina el camino, 
la que te guíará a tu destino. 

Quiérete y sonríe, 
que yo sólo de pensarlo ya sonrío. 

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martes, 3 de noviembre de 2015

El hábito nocturno

La noche se volvió dulce, al son de las flautas ilustres, acunando la diversidad y la suavidad. El viento blandía con nerviosismo y entusiasmo la ligereza con la mano y hacía olas entre el espacio y el mar. El fuego avivaba las caras que en su contorno se encontraban contando historias, momentos inesperados. A lo lejos, la muchedumbre acampaba inconsciente acercándose al Beso, saliendo a aquel frío de muertos.

Mientras la madrugada se acercaba, la vida se hizo eco. Mientras castañeaba el suspiro, la memoria me devolvió el acto de sentir.- Escribí esto tras trasoñar en la penumbra casi exacta, de no ser por una pequeña lamparita que me reflejaba en esta tempestad de desilusiones

domingo, 1 de noviembre de 2015

DRAGÓN SIN ALAS

Dedicado a un oso 
que a veces es lobo 
y siempre fue un ninja.

Las montañas siempre fueron su hogar, incluso cuando empezaron a llenarse de individuos de dos patas que se vestían con las pieles de otros animales en un vano intento de que no se percibiese su olor corporal. Un olor extraño, olor a desconocido, a peligroso.

Ellos llenaban el viento con sonidos de gaitas y guerras, pero él siempre pensó que no era más que el sonido de otros vientos que llegaban al valle. Desde su interior se negaba a creer que pudiese haber algo en aquellas criaturas con semejante belleza.

Finalmente, bajaron de las montañas, y crearon aldeas, ciudades, castillos. Cambiaron, y también lo hizo el paisaje. 
Pero él sonreía.
Los animales de dos patas se habían domesticado a sí mismos. Era momento de darles caza.

Sabía que era poderoso y astuto. También era orgulloso, y eso fue lo que le llevó a subestimarles. 
Subestimó su inteligencia y la oscuridad de sus corazones y aquello casi puso fin a sus siglos de existencia. La herida que más le dolía era la del orgullo. 
Decidió retirarse y olvidarles por completo, dejarles vivos pero allí donde no alcanzase la vista de sus ojos esmeralda. Pero ellos sabían que su hogar eran las montañas, así que le buscaron, a él y a la venganza. 

No eran muchos, ni siquiera llegaban a la centena. Con su veneno, el dragón podría haber acabado con todos ellos, pero no lo hizo. Se había cansado de luchar contra enemigos que no eran dignos de él. Dejando a un lado la belleza de aquellas tierras, no sabía lo que eran los tesoros, así que nada le ataba a su cueva, salvo quizá el sentimiento de los años vividos. 
Por eso bajó, acelerando por la ladera de la montaña con sus fuertes patas, hasta lanzarse al lago y hundirse en sus aguas profundas. 

Ellos no volvieron a preocuparse por él, creyéndolo muerto, aunque no pudieron calmar su sed de sangre. Quizá por eso comenzaron a matarse entre ellos, o quizá lo hacían antes porque en sus corazones llevaban el impulso de la destrucción. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que se equivocaron.


Aquel dragón sin alas no murió, sólo se sumió en un profundo sueño en el fondo del inmenso lago.
Cualquier día despertará, si cree que merece la pena hacerlo.


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