Las locuras de un dragón disparatado y un gato de verde pelaje.

domingo, 5 de febrero de 2017

La bruja

Tú no la conocías ni la llegarás a conocer jamás. No era la protagonista de ninguna profecía, no se la temía ni tampoco se la adoraba. Muchos dirían que era del montón hoy en día, pero no había montones de ella por ninguna parte. Más quisieran.

La conocí del mismo modo que se conocen a todos los seres de su especie, cuando mi vida pendía de un hilo. Siempre he tenido un hilo muy fino por vida, a veces me imaginaba a Cloto con miedo de tocar mi hilo con su huso, no vaya Átropos a amonestarla por hacer su trabajo. La cuestión es que allí estaba ella rodeada de cardenales, de heridas supurando; tenía largas noches sin dormir en el rostro pero siempre sonriente.

Cuando me llevaron junto a ella ya sentía que algo en mí había curado. Recuerdo que me sentí en paz por unos instantes que parecieron años. Luego me alejaron de ella para siempre, nunca pude preguntar por su nombre, nadie me decía sobre su existencia y entonces fue cuando me llevaron ante Sigmaringa.

Al verla sentía cómo las Moiras se peleaban por mi escaso hilo. Sentía como unas manos invisibles me tensaban y me aflojaban a la mínima. Traté de huir por todos los medios que en mí alcanzaba pero no pude hacer nada. Su embrujo me impedía siquiera moverme.

Al despertar, ahí estaba su diabólica cara delante de la mía, me ataba, me estiraba, me clavaba la aguja sin anestesia ni nada. Comprendí que jamás sería de nuevo el mismo y no tuve otra más que reinventarte en mi memoria y extrapolarte en esta mota de polvo que mora en mi habitación. Ojalá fuera fuerte y así pudiéramos alejarnos y ser libres los dos, pero es imposible. Sigmaringa es demasiado tenaz y yo… yo solo tengo una hebra de vida, fácil de cortar, de arrancar...

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