Las locuras de un dragón disparatado y un gato de verde pelaje.

lunes, 5 de septiembre de 2016

5-9-2016

Veo en ti: la fuerza que creí haber perdido,
muchos no lo entenderían, dirían que miento, que estoy loca,
mas en ti veo: un sueño fugaz e irrepetible,
haberte tenido conmigo ha sido todo un desafío,
ver la naturaleza rugir, la risa llorar y al mundo reír.

Veo en ti: la Oscuridad, la lluvia que cae sin avisar,
las ganas de gritar, bailar, desfallecer.
Veo las ganas de correr, correr libre hasta el amanecer,
las ganas de ser, que nadie te las puede quitar,
esa manera de estar, mirar, cautivar,
sin dejar nunca jamás de crear a tu paso.

Veo en ti: cómo ha sido todo posible.
Tantas caídas merecidas para saber apreciar
lo que antes ignoraba,
tanto dolor que se ha ido.
Las palabras se me amontonan,
no quieren salir, no se sienten merecidas.

Y veo en mí: aquello que jamás podría haber esperado,
un largo camino lejos de lo que nunca he sentido mi hogar,
siento el miedo otra vez y me encanta porque me aviva el alma,
siento un intenso calor que me envuelve por fuera,
siento al Viento llevar las historias que un día tendré
siento a veces las ganas de cantar, bailar, saltar sin parar.

¿Adónde quedó mi escasa cordura?
¿El día que comprendí que soy cuerda en un mundo de nudos,
me convertí en otra cosa?
Pueden brillar las estrellas, dejar de camuflarse,
que el silencio se extienda y logre abrazarme,
luces, sombras y color,
quisiera yo encontrar aquello que moraba en mí,
¿acaso quieres regresar?
Tan solo quiero agradecer por las migajas que dejó,
por las pinzas que perdió
y el mundo que hoy se abre ante mí.
¿Lo puedes creer? Shh... Libre es el mundo porque es tuyo,
tú eres tu mundo, te amoldas, te acoges,
cristalizando el cielo, surcando el aire,
las estrellas nos están mirando, ¡que miren el espectáculo!

Veo en ti: mi locura.
Veo en mí: tu sonrisa.
La evolución exacta de lo que fui y soy,
el tiempo podrá haber pasado,
mas he muerto tantas veces, como tantas he vuelto,
habiendo cambiado, habiendo regresado impoluta,
donde el mundo es una baraja que nadie reparte,
tan sólida, tan nítida... no sabes lo que hay debajo
y todo puede ser posible, tan solo tienes que abrazarlo.


domingo, 28 de agosto de 2016

HURACÁN

Olvidar lo que había vivido de pronto se le antojaba la tarea más complicada a la que jamás se había enfrentado. 
Ya daba igual qué había pasado y qué no. No le importaban los cómos ni tampoco los porqués. Había acabado haciéndose tanto daño que le costaba no rendirse ante la dureza del huracán en su contra que era su vida. Sufría a diario, y la única opción que permitiría que sus heridas se curasen era la de dejar de hurgar en ellas con los recuerdos. 
Cerró el grifo y comenzó a secarse la cara. Le costaba reconocerse al mirarse en aquel deslustrado espejo, pero el brillo de sus ojos seguía ahí y aunque ya no era el de la ilusión sino el de las lágrimas contenidas lo cierto es que hacía que no perdiese del todo la esperanza.

Cerró los ojos con fuerza, provocando que un par de lágrimas escapasen de ellos. Las secó sin darles mayor importancia, y al abrir los ojos de nuevo su mirada era desafiante. Sus pasos al salir de allí eran firmes, como si algo en su interior hubiese recuperado parte de la confianza perdida.  
Aquella mañana retomaría las riendas de su vida, y no se iba a culpar jamás por haberse perdido un tiempo, pues al final había llegado al ojo del huracán y se había encontrado. 




lunes, 4 de abril de 2016

El cazador de males

Cualquier cosa podría haber llegado aquel día, pero tuvo que llegar la carta que colapsó el buzón, que hizo que cayera causando un sonido férrico al caer contra el suelo de madera. Tuve que dejar mis quehaceres para correr, pensando en un primer momento que se trataba de nuevo de vándalos, no los germanos, los niñatos que se dedican a causar grandes alborotos por un poquito de atención. Al abrir la puerta de mi despacho, lo vi ante mí. Era el cartero que se había quedado petrificado al haber presenciado todo aquello. Giró su cabeza poco a poco mientras tartamudeaba e inclinaba su cabeza hacia mi estatura, pude sentir su miedo, sus sudores fríos como si fueran propios; suspiré calmado y me dirigí hacia él. 

—No tiene caso. Lo hecho, hecho está.— Levanté el brazo en dirección a su frente, pero reaccionó como si le fuera a golpear la cabeza, se achantó y luego temeroso como si fuera a perder la vida echó a correr torpemente en dirección a la salida.— No tiene caso, siempre pasa lo mismo.— Susurré mirando las palmas de mis manos, luego las cerré y las apreté.

Volví a suspirar. Tenía trabajo que hacer, recogí las cartas que se habían desperdigado por el suelo y las que estaban dentro del buzón. Volví a colocar el buzón en su sitio, y me llevé el montón conmigo. Sería una mañana dura, pero quizás podría llegar a final de mes con la tripa llena.

La gran mayoría de las cartas eran una muy creciente muestra de afecto mal expresado hacia mi existencia, donde primaba la falta de creatividad y de modales. Nunca entendí a esta especie, qué es lo que les pasa. Se quejan por estar mal y cuando les alivias se quejan de que ya no estén bien. Van por la vida con deseos de llegar lejos y se quejan de lo lejos que está; pero cuando están cerca, se quejan igualmente. Y cuando les alivias del vicio por quejarse, te odian. Quizás no tengan la capacidad de valorar las cosas que tienen, desean tener o aman. Ya ni hablemos de seres, ya sea en lo que quieren convertirse o a quienes aman. Pasan la vida pensando demasiado en situaciones donde no se ha de pensar tanto, y sin pensar en las cuáles sí se ha de pensar, y cuando sufren, se quejan. Y si dejan de sufrir, se quejan. Tanto si les he aliviado yo, como si fueron ellos mismos. No tiene caso. Solo hubo una carta, era enorme el sobre y el folio, pero en su interior había una pequeña letra que requería de mis servicios. No entendí la letra porque estaba en un idioma que desconocía: ¡huella de oso! Sin embargo, pude percibir los sentimientos, entre ellos desesperación y el preciado y perdido auxilio. Cada sentimiento tiene un olor distinto, así como un sabor distinto. La desesperación es ácida, el asco es agrio, la tristeza es dulcemente ácida, el odio sabe a pescado podrido.

No sabía exactamente adónde tendría que dirigirme puesto que solo había una huella, pero el olor inconfundible me llevaría a mi destino, fuera adonde fuera. Así que recogí, lo mejor que pude mi despacho, y metí algo de abrigo en una mochila, cogí algunas cosas más y me marché olfateando como un sabueso el aire.

Tras meses de viajes y viajando de gratis gracias al odio que me tienen, llegué a una jungla de bambúes, dado a mi pequeña estatura, me sentía como si estuviera entre trigales musicales, cada vez que me chocaba contra ellos. Porque la vida me ha hecho ser muy oficinero y no he salido así en años. Me alegré por no haber extraviado en ningún momento el olor, lo exhalé profundamente para embriagarme con él, estaba extremadamente cerca, podía sentirlo dentro de mí, podía...
—¡Ah, serás hijo de...!— Me miré el brazo, tenía una caña de bambú clavada en él. Miré a mi alrededor buscando una explicación, mientras trataba de arrancarme la caña. No había forma, ni lograba ver nada más que cañas. Así que comencé a moverme poco a poco tratando de no hacer mucho ruido. Empecé a sentir el olor más lejano. ¿Qué es lo que estaba pasando?

Tropecé con una piedra y caí fuera de la jungla de bambúes. Me había torcido el tobillo... De pronto, vi como la piedra empezaba a coger forma y a hacerse más y más grande, recuerdo que pensé por un momento, que la piedra era muy velluda, hasta que la vi erguirse con las fauces abiertas y dos cañas en la mano como si de cuchillos se tratasen. Y fue entonces cuando lo olí, aquel panda que me había torcido el tobillo y clavado una caña en el brazo era el que me había enviado una carta.
—No tiene caso— dije, poniéndome como pude medio en pie. El panda se aproximó y rugió, yo me mantuve en pie y eructé muy fuerte. El panda me miró, se tapó el hocico con una de sus patas y me miró más acechántemente. Se abalanzó encima y yo rodé de una manera muy penosa pero con éxito, entonces con gran dificultad me eché encima y traté de tocarle la frente. Como estaba malherido y muy bajo en forma, no lo conseguí a la primera vez que lo intenté, ni a la segunda... De hecho, para ser francos, llegué a aquel lugar por la mañana temprano y se estaba yendo el Sol y aún no había conseguido acercarme a su frente. Los estábamos muy exhaustos y pude oler su ira, su desesperación, su aún latente auxilio y ¿vacío? Hacía años que no olía ese sentimiento, es un sentimiento que te deja frío, como si un carámbano de hielo se te hubiera cruzado por el cuerpo, paradójicamente pasas a estar vacío por estar lleno de hielo, aunque sea psicoemocional. Se puede estar vacío a muchos tipos de niveles.

Apreté los dientes, y volví a rodar cuando volvió a lanzarse sobre mí. No le había quitado las cañas de las zarpas porque consideré que sus zarpas eran peores que las cañas, aunque igual no las hubiera usado, de haberle quitado las cañas. ¿Por qué un panda iba a usar cañas para herir a nadie? No tiene caso pensar en ese tipo de cosas, así me levanté tan rápido como pude cuando la oscuridad empezó a apoderarse de todos los rincones; y le rocé la frente. Afortunadamente, mi trabajo no consta de manosear frentes, y con solo rozarla un poquito sirve. El panda se desmayó en el suelo mientras una luz se condensaba en su frente, yo me acerqué de nuevo, alargué la mano y la me la comí rápidamente. No se puede arriesgar uno a que pierda las vitaminas.

martes, 22 de marzo de 2016

BLAKE (II)

HUIDA

Sí, no era la primera vez que me tocaba huir de las patrullas esquivando aquellas estúpidas lápidas. Quizá tendría que haberme buscado un trabajo más tranquilo, pero bueno, era un inconsciente… olvidadlo, sigo siéndolo y jamás dejaré de serlo, porque me encanta. A día de hoy, de hecho, no sé si temblaba por el temor a ser capturado o por la excitación que me recorría, dándome el chute natural que tanto necesitaba para salir adelante en aquella tierra inmunda.

Cuando miré hacia atrás comprobé que, efectivamente, me seguían. Había huido demasiado tarde, las naves patrulla me habían visto, y ahora tocaría esquivarlas. Habían descendido, volando a menos de un metro de distancia del suelo. De cada una de ellas saltaron dos guardias del régimen, cuatro en total, armados con subfusiles de asalto. Aunque sentía que estaba próximo el ataque cardíaco que me dejaría tieso, aceleré. Lo último que me apetecía eran las convulsiones de una bala cargada con anafilotoxina.
Así que seguí corriendo, pisando sin miramientos la tierra donde los muertos se descomponían, irónicamente vivo.

Y entonces aquel maldito cacharro empezó a vibrar en mi puño. Miré la palma de mi mano, confuso al ver que la luz azulada se había vuelto más intensa, iluminando mi mano de forma mortecina. Un guardia me había disparado, y lo esquivé por los pelos, aunque una lápida de mármol oscuro no tuvo tanta suerte como yo. No me gustó la posibilidad de que aquel artefacto se me cayese, así que volví a apretarlo en mi puño, jadeando ante el esfuerzo físico. 
Sólo podía pensar una cosa en aquellos instantes.

“Maldita sea, ya no estoy tan en forma como antes”.

Uno de los guardias se había acercado mucho, tanto que podría haberme matado de un disparo a corta distancia, pero supongo que pretendía inmovilizarme hasta que llegasen sus compañeros, pues me agarró el brazo derecho. Nada más lo hizo, el artefacto emitió un sonido similar al de un corazón, sólo que mucho más intenso. 
La onda de aquel latido de metal removió todos mis órganos internos -agradecí, por primera vez en meses, no llevar casi nunca algo en el estómago- y todo empezó a moverse lentamente salvo yo, o quizá era yo el que se movía más deprisa, no lo sé. Lo que sí que sé es que me hizo mucha gracia: a cámara lenta, los guardias no eran más que fantoches torpes. Me reí, y al hacerlo me asusté, pues mi risa no llegó a mis oídos. Pero no pude dedicarle demasiada atención, pues enseguida llegó una sensación de asfixia que sustituyó todo lo demás.

De pronto estaba cayendo a un extraño vacío en el que ya no había sentido de la lógica: donde antes veía lápidas y guardias, ahora todo era un vórtice de imágenes confusas, borrosas. Me mareé, y aunque intenté con todas mis fuerzas encontrar algún punto de referencia al que asirme, no lo logré. No sé cuánto duró, pero al final se acabó, y caí al suelo de rodillas, boqueando en busca de aire. 

Pronto, la realidad fue tomando forma en mi mente.
Ya no estaba en aquel cementerio.
Abrí el puño. El artefacto seguía allí, pero su luz estaba atenuándose, y en unos segundos se escuchó un clic y se apagó por completo.


“¿Qué cojones?”

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miércoles, 24 de febrero de 2016

Mullir, invadir, amasar y ufanarse

Era una mañana preciosa: el cielo estaba nublado, las puertas chirriaban, el viento avanzaba con prisa llevándose a su paso manojos de hojas otoñales y un paraguas huérfano que languidecía retorcido, casi parecía que gimotease en silencio.

Las calles poco a poco se llenaban del ruido de transeúntes que arrastraban sus pies sin mucho ánimo, cargaban con el peso de una vida vacía de armonía y eso les acongojaba los pensamientos y les embargaban los minutos que estaban conscientes del paso del tiempo.

Cada uno iba y venía sin prestar mucha atención al resto. Bien podría tropezarse uno, y hacer caer así a los demás como gatos torpes que, confiados en no comerse un cristal que otro se haya comido previamente y ante sus narices, acaban por merendárselo también.

La sirena de un edificio escolar comenzó a sonar y un chico cubierto de sudor se llevaba por delante a todos los picaportes de las puertas que se encontraba con la manga de la sudadera. Al subir los escalones se volvía ágil como un perezoso dejándose guiar por un río, llevaba horas de caminata desde que salió de casa y, alcanzar la cima de estos lo sentía como alcanzar la cima del Everest. Cuando por fin llegó a su aula, jadeó un rato antes de entrar y, cuando por fin lo hizo se alegró de no ver al profesor y se sentó en su sitio.

El aula provisto de más de veinte pupitres, una gran pizarra verde y ventanas enormes parecía como otra cualquiera, lo más extraño quizás fuera que la mesa del profesor carecía de silla. El resto de alumnos esperaban la llegada del profesor sin intercambiar palabras entre sí, todos permanecían leyendo libros; lo cual puso muy nervioso al recién llegado, pensando en que se le hubiera olvidado algún examen.

La puerta se cerró de golpe haciendo que diera un respingo en el asiento. Y se pudo escuchar como suelo raspándose. El profesor salió de detrás de la mesa. Vestía con una corbata a juego con sus ojos verdes que tanto hipnotizaban. Se sentó sobre su escritorio mientras contemplaba toda el aula en silencio. Se colocó la cola delante de las patas con suma elegancia y elevando la cabeza, mostrando así su autoridad y sus blancos bigotes que parecían amasar el techo, dijo:

-Miau.
-¡¡Miau!!- Se oyó en el aula por parte de los alumnos junto a un sonido descuidado. El profesor no estando muy seguro de lo que hubo oído, se puso más firme y llenándose los pulmones de aire profirió un nuevo maullido. Sus alumnos volvieron a repetir su miar, pero de nuevo volvió a sonar algo de fondo que parecía totalmente fuera de lugar. El profesor, al ver cómo un sentimiento de ira muy fuerte invadía su cuerpo, lo tensó arqueando su espalda, alzando sus pelos en alto como si la humedad de pronto le afectase, y poniendo una cara de desagrado gruñó instintivamente hacia ninguna parte en particular.

Sus ojos centellearon un leve instante hasta que se acabó calmando. Reculó un poco, se agachó, movió la cadera y comenzó a saltar de pupitre en pupitre. Los alumnos permanecían inmóviles mientras el sudor se acrecentaba en sus respectivas espaldas. Finalmente, el profesor paró encima de un pupitre.

-Miau.- Volvió a exclamar y todos de nuevo repitieron con la excepción de que desde esa perspectiva pudo oír sin ya margen de error que el alumno que tenía enfrente no decía exactamente lo que él decía, sino que soltaba un sonido semejante a "yao"; esto fue suficiente para que nada más oírlo, alzara su pata más diestra y le propinara un tremendo arañazo en la cara. Después tornó como si nada a su mesa para seguir con la lección del curso de la Formación Profesional de M.I.A.U. (Mullir, Invadir, Amasar y Ufanarse).

domingo, 14 de febrero de 2016

FELICES PARA SIEMPRE

Hoy, 14 de febrero, es un día especial. También para ella, que se frota las manos mientras comienza a llenar las cestas de sus tiendas online favoritas. Hoy toca aprovechar todos los descuentos que vea. 
También ha abierto la enorme caja de bombones que ha comprado a mitad de precio. Hoy hay que atiborrarse a chocolate barato, es una tradición que lleva varios años practicando.
No, no se siente sola ni le parece patético, aunque sabe que un par de compañeros han usado esos términos más de una vez para referirse a ella. Hace tiempo que le dan igual, por suerte.

Nada más darse cuenta de qué día era hoy, ha desconectado el cable del televisor. Sabe que el cáncer es una causa frecuente de muerte, pero no se la llevará al otro barrio en este día. Está harta de las historias de príncipes y princesas, de la cosa enfermiza que la sociedad confunde con amor, de los felices para siempre cuando nada es para siempre, ni tan siquiera uno mismo. Hoy la espera una agradable jornada en compañía de sus libros y sus mantas.

Pero quizá no sabe vivir del todo desconectada, y por eso hoy, pese a haberse propuesto mantenerse aislada, ha vuelto a sentarse ante el ordenador. Por suerte, se ha dado cuenta de su error antes de abrir sus redes sociales y ha abierto en su lugar algo más feliz: su carpeta de pornografía.
Hoy se deleita, como siempre, con las muchachas con más curvas en el cuerpo y más ondas en la melena de su colección. Acaba dejando su favorita a pantalla completa.

-Ah, a ti sí que me gustaría hacerte feliz para siempre-susurra con una sonrisa.
Hoy nadie, salvo ella, notará que no le habla a la foto, sino a su reflejo en la pantalla. 

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domingo, 17 de enero de 2016

Vivir

Larga vida, Libertad,
seamos ahora que somos;
lloremos lo que haga falta,
riamos si así lo sentimos,
muramos a cada segundo
como seres vivientes,
no como muertos invidentes
ni como esclavos sin alma,
hagamos del tiempo, vacío;
y del espacio, hogar,
soñemos ahora, durante y después.

Desbloquea los logros que necesites,
prueba a lograrlos las veces que precises,
quédate cuanto estimes,
avanza cuanto tus pies te pidan.
No se es menos por llevar menos kilómetros
ni eres más por soportar lo insoportable.



miércoles, 13 de enero de 2016

LA VOZ REBELDE

No consigo apartar la mirada del termo junto a mi mano izquierda. Está vacío, como lo está mi cabeza, salvo por una pequeña pero sustancial diferencia: puedo ir a hacer más café, pero es más complicado eso de bajar al supermercado a comprar ideas.

Y sí, lo sé, sé que estoy haciendo nada y menos cuando quería hacer mil cosas, mil cosas que debería estar haciendo en lugar de mirar al termo y convertirlo en metáfora. Pero todas esas cosas que quería hacer han desaparecido de mi cabeza. 
La voz rebelde, la que siempre está causando el caos en la sociedad de voces de mi córtex cerebral, es la responsable, y admitámoslo, no es la primera vez. 

Las otras voces se han reunido en la Plaza Prefrontal para criticarla. Suspiro. Tras mucho luchar, decidí aceptar a cada una de ellas como lo que es. 
Culpa y Tristeza sólo lloran cada vez que alguien menciona este incidente, Ira da detalles sobre todas las formas que se le ocurren para matarla. Miedo se dedica a chillar y Ansiedad le pega una patada mientras trata de controlarse. Unas cuantas más susurran en las esquinas, sin dejarse ver.
Todas hablan pero, como viene a ser habitual últimamente, ninguna propone una solución. 

¿Ah, sí? Pues se acabó. 
Por una vez, quizá la primera que se quede registrada en mi memoria, seré yo la que solucione este problema. Es por eso que la voz rebelde encontrará a su regreso la puerta a mi mente cerrada, con un cartel indicando su desahucio. Sí, es cierto, eso no garantiza que recupere las ideas robadas, pero me las apañaré, y en el peor de los casos siempre puedo crear algunas nuevas. Sea cual sea el caso, esa voz se queda fuera.
Porque ya ha vivido en mi interior lo suficiente como para que acepte la verdad.
No la quiero en mí, y no le permitiré regresar. 

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