Las locuras de un dragón disparatado y un gato de verde pelaje.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Tronco

―El cielo era verde porque todo el mundo sabe que el cielo es verde, por eso siempre tienen que describir la obviedad sobre cuál es el color del cielo a las cinco de la tarde, en un día despejado, en el hemisferio norte. ¿Verdad? Para sentirse seguro y cómodo, siempre tiene que haber alguien que constate lo que todos sabemos. En vez de abrir la puerta a otra realidad... Cuando justo hay mayor esfuerzo que en dejarse llevar. ¡Déjate llevar!

Chilló en mitad del bosque haciendo que varios pájaros huyeran despavoridos de los árboles más cercanos. Se quedó jadeando al lado del arroyo con los ojos cerrados, de los cuáles las lágrimas trataban de hacerse paso entre las pestañas.

―¿Otra vez le estás gritando al tronco?

Aquel chico la había seguido, otra vez. Se volvió a él con la cara humedecida ya y colorada por la vergüenza.

―Susurró levemente dejando el peso de su frustración en la gestualización de sus brazos y sus manos. La verdad es que era muy gestual y dramática, siempre se lo pareció a todos en la aldea.

―Quizás tenga que ver el peso. No puedes basarte en que vengan de un mismo árbol sin considerar que el peso es consideradamente diferente, ¿no?

―Esa es tu perspectiva― se cruzó de brazos y volvió a mirar el tronco con reproche―, yo creo que si quisiera..., que si dejara de hacer esfuerzo...

―Es un tronco.
―Ajá.― Se le iluminó la cara sin prestar atención a su alrededor.―Tal vez si...― Y empezó a darle caricias al tronco, y a amasarlo suavemente y torpemente como es natural. Hasta que el otro chico se acercó y le metió una ligera y rápida patada al tronco que lo hizo moverse arroyo abajo.― ¡Estúpido, qué crees que estás haciendo!

―Ya puedes pasar.

Le dijo al bosque, ya que la chica había corrido arroyo abajo en busca del tronco al grito de "¿Estás bien? ¿Te ha lastimado ese bruto?". Y el bosque pasó sobre sí mismo, después de darle un beso asilvestrado al muchacho.

jueves, 10 de diciembre de 2015

ROSA PALO

No había nada que mereciese la pena ver en la tele. Tal vez por ello estaban charlando en el sofá, porque les seguía gustando hablar pese a llevar tantos años compartiendo piso. Una de las cosas buenas que tenían era que siempre había un tema de conversación nuevo, ya fuera uno u otro quien lo sacase. 
Pero la conversación agradable y trivial se estaba transformando en una discusión cada vez más tensa.

- A ver, Ana, lo que pasa es que no entiendo por qué necesitas tantos nombres para algo como los colores -dijo el muchacho, que se había levantado del sofá y la miraba de pie, dando algún que otro paso hacia los lados del salón como hacía cada vez que una conversación le irritaba.
Es que veo todos esos colores, y si veo cosas diferentes deberían tener nombres diferentes, ¿no crees?
Pero lingüísticamente es inútil, no hay diferencia para el receptor de tu mensaje entre decir amarillo oro o amarillo limón, por ejemplo.

"Ya estamos con la vena de filólogo con conocimiento absoluto. Vaya humos para haber acabado ahora la carrera. Miedo me da cuando llegue a catedrático". Ana suspiró, intentando con todas sus fuerzas que su tono fuese amable, algo que sólo consiguió a medias. 

¿Y si no lo digo con palabras, cómo manifiesto que son diferentes? El otro no captaría esa singularidad, se perderían detalles en el mensaje.
Miguel calló un par de segundos, ante lo que ella sonrió, satisfecha por haberle dejado sin argumentos. Su sonrisa fue poco duradera.
Prueba a señalar el color, me parece que resultará bastante efectivo -respondió él con tono condescendiente.

Aquello acabó con su amabilidad de inmediato. Se levantó de golpe y soltó un bufido mientras le dedicaba una mirada furibunda, tanto por el tono como por decir semejante estupidez. Pero él la ignoró y siguió hablando, prácticamente sin mirarla, como si su opinión le importase menos que la del cuadro de girasoles que se había detenido a contemplar en la pared. 

Nunca entenderé esa estúpida necesidad que tenéis las mujeres de la existencia de colores como el blanco roto, el nácar o el rosa palo para que vuestro mundo tenga sentido -soltó una carcajada.- ¿Y a todo esto, por cierto, qué porras es el rosa palo? -preguntó, girándose para escuchar su respuesta.
Esto -dijo ella, golpeándole la cabeza repetidas veces con el bate de béisbol que había cogido del expositor de la pared, mostrando al agónico Miguel cómo los restos rosados de sus sesos cubrían la madera clara.

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- Are you an idiot?
- No sir, I'm a dreamer.
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