Las locuras de un dragón disparatado y un gato de verde pelaje.

lunes, 4 de abril de 2016

El cazador de males

Cualquier cosa podría haber llegado aquel día, pero tuvo que llegar la carta que colapsó el buzón, que hizo que cayera causando un sonido férrico al caer contra el suelo de madera. Tuve que dejar mis quehaceres para correr, pensando en un primer momento que se trataba de nuevo de vándalos, no los germanos, los niñatos que se dedican a causar grandes alborotos por un poquito de atención. Al abrir la puerta de mi despacho, lo vi ante mí. Era el cartero que se había quedado petrificado al haber presenciado todo aquello. Giró su cabeza poco a poco mientras tartamudeaba e inclinaba su cabeza hacia mi estatura, pude sentir su miedo, sus sudores fríos como si fueran propios; suspiré calmado y me dirigí hacia él. 

—No tiene caso. Lo hecho, hecho está.— Levanté el brazo en dirección a su frente, pero reaccionó como si le fuera a golpear la cabeza, se achantó y luego temeroso como si fuera a perder la vida echó a correr torpemente en dirección a la salida.— No tiene caso, siempre pasa lo mismo.— Susurré mirando las palmas de mis manos, luego las cerré y las apreté.

Volví a suspirar. Tenía trabajo que hacer, recogí las cartas que se habían desperdigado por el suelo y las que estaban dentro del buzón. Volví a colocar el buzón en su sitio, y me llevé el montón conmigo. Sería una mañana dura, pero quizás podría llegar a final de mes con la tripa llena.

La gran mayoría de las cartas eran una muy creciente muestra de afecto mal expresado hacia mi existencia, donde primaba la falta de creatividad y de modales. Nunca entendí a esta especie, qué es lo que les pasa. Se quejan por estar mal y cuando les alivias se quejan de que ya no estén bien. Van por la vida con deseos de llegar lejos y se quejan de lo lejos que está; pero cuando están cerca, se quejan igualmente. Y cuando les alivias del vicio por quejarse, te odian. Quizás no tengan la capacidad de valorar las cosas que tienen, desean tener o aman. Ya ni hablemos de seres, ya sea en lo que quieren convertirse o a quienes aman. Pasan la vida pensando demasiado en situaciones donde no se ha de pensar tanto, y sin pensar en las cuáles sí se ha de pensar, y cuando sufren, se quejan. Y si dejan de sufrir, se quejan. Tanto si les he aliviado yo, como si fueron ellos mismos. No tiene caso. Solo hubo una carta, era enorme el sobre y el folio, pero en su interior había una pequeña letra que requería de mis servicios. No entendí la letra porque estaba en un idioma que desconocía: ¡huella de oso! Sin embargo, pude percibir los sentimientos, entre ellos desesperación y el preciado y perdido auxilio. Cada sentimiento tiene un olor distinto, así como un sabor distinto. La desesperación es ácida, el asco es agrio, la tristeza es dulcemente ácida, el odio sabe a pescado podrido.

No sabía exactamente adónde tendría que dirigirme puesto que solo había una huella, pero el olor inconfundible me llevaría a mi destino, fuera adonde fuera. Así que recogí, lo mejor que pude mi despacho, y metí algo de abrigo en una mochila, cogí algunas cosas más y me marché olfateando como un sabueso el aire.

Tras meses de viajes y viajando de gratis gracias al odio que me tienen, llegué a una jungla de bambúes, dado a mi pequeña estatura, me sentía como si estuviera entre trigales musicales, cada vez que me chocaba contra ellos. Porque la vida me ha hecho ser muy oficinero y no he salido así en años. Me alegré por no haber extraviado en ningún momento el olor, lo exhalé profundamente para embriagarme con él, estaba extremadamente cerca, podía sentirlo dentro de mí, podía...
—¡Ah, serás hijo de...!— Me miré el brazo, tenía una caña de bambú clavada en él. Miré a mi alrededor buscando una explicación, mientras trataba de arrancarme la caña. No había forma, ni lograba ver nada más que cañas. Así que comencé a moverme poco a poco tratando de no hacer mucho ruido. Empecé a sentir el olor más lejano. ¿Qué es lo que estaba pasando?

Tropecé con una piedra y caí fuera de la jungla de bambúes. Me había torcido el tobillo... De pronto, vi como la piedra empezaba a coger forma y a hacerse más y más grande, recuerdo que pensé por un momento, que la piedra era muy velluda, hasta que la vi erguirse con las fauces abiertas y dos cañas en la mano como si de cuchillos se tratasen. Y fue entonces cuando lo olí, aquel panda que me había torcido el tobillo y clavado una caña en el brazo era el que me había enviado una carta.
—No tiene caso— dije, poniéndome como pude medio en pie. El panda se aproximó y rugió, yo me mantuve en pie y eructé muy fuerte. El panda me miró, se tapó el hocico con una de sus patas y me miró más acechántemente. Se abalanzó encima y yo rodé de una manera muy penosa pero con éxito, entonces con gran dificultad me eché encima y traté de tocarle la frente. Como estaba malherido y muy bajo en forma, no lo conseguí a la primera vez que lo intenté, ni a la segunda... De hecho, para ser francos, llegué a aquel lugar por la mañana temprano y se estaba yendo el Sol y aún no había conseguido acercarme a su frente. Los estábamos muy exhaustos y pude oler su ira, su desesperación, su aún latente auxilio y ¿vacío? Hacía años que no olía ese sentimiento, es un sentimiento que te deja frío, como si un carámbano de hielo se te hubiera cruzado por el cuerpo, paradójicamente pasas a estar vacío por estar lleno de hielo, aunque sea psicoemocional. Se puede estar vacío a muchos tipos de niveles.

Apreté los dientes, y volví a rodar cuando volvió a lanzarse sobre mí. No le había quitado las cañas de las zarpas porque consideré que sus zarpas eran peores que las cañas, aunque igual no las hubiera usado, de haberle quitado las cañas. ¿Por qué un panda iba a usar cañas para herir a nadie? No tiene caso pensar en ese tipo de cosas, así me levanté tan rápido como pude cuando la oscuridad empezó a apoderarse de todos los rincones; y le rocé la frente. Afortunadamente, mi trabajo no consta de manosear frentes, y con solo rozarla un poquito sirve. El panda se desmayó en el suelo mientras una luz se condensaba en su frente, yo me acerqué de nuevo, alargué la mano y la me la comí rápidamente. No se puede arriesgar uno a que pierda las vitaminas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario